¡Déjame estar en calma!

Como un pliegue dormido
en el revés de mi falda,
escondo las dudas
al calor tibio de tu cuerpo.

¡No recorras mi piel!
¡No despiertes mi alma!
¡No derrames la miel!
¡Déjame estar en calma!

Con tus besos abrigas
los rincones más ocultos,
repasando tus dedos
cada una de mis curvas.

¡No recorras mi piel!
¡No despiertes mi alma!
¡No derrames la miel!
¡Déjame estar en calma!

Y aún, conociendo,
tus furtivas astucias,
el descaro en tus ojos
desprende mi argucia.

¡No recorras mi piel!
¡No despiertes mi alma!
¡No derrames la miel!
¡Déjame estar en calma!

Sin poder combatir
el ardor me domina,
conociendo el sabor
del dolor sin medida.

¡Ya recorres mi piel 
y despiertas mi alma,
como un río de miel,
ya jamás habrá calma!


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